"El Pulga" Rodríguez a Boca: un último sueño por cumplir.

A los 36 y viviendo un gran momento en Colón, el tucumano se autopostuló para llegar como refuerzo al "xeneize". Conocé su historia, desde Simoca a lo más alto del fútbol argentino.

Deportes 07/03/2021

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La historia de Luis Miguel Rodríguez es una sucesión de hechos que parecían imposibles, pero que de alguna u otra forma se hicieron realidad. Era muy difícil que un chico de un pueblito como Simoca, en el interior tucumano, llegara a lo más alto del fútbol argentino. Eran pocos los hinchas de Atlético Tucumán lo suficientemente optimistas como para pensar que alguna vez iban a ver a su club en Copa Libertadores. Algo parecido les pasaba a los de Colón, que apenas podían fantasear con una final internacional.
 
“El Pulga” Rodríguez, un especialista en torcerle el brazo al destino, alcanzó todos y cada uno de esos objetivos. Y hoy, a los 36 años, se ilusiona con cumplir un último sueño: defender los colores de Boca Juniors.
 
 
La historia de Luis Miguel Rodríguez es una sucesión de hechos que parecían imposibles, pero que de alguna u otra forma se hicieron realidad. Era muy difícil que un chico de un pueblito como Simoca, en el interior tucumano, llegara a lo más alto del fútbol argentino. Eran pocos los hinchas de Atlético Tucumán lo suficientemente optimistas como para pensar que alguna vez iban a ver a su club en Copa Libertadores. Algo parecido les pasaba a los de Colón, que apenas podían fantasear con una final internacional.
 
“El Pulga” Rodríguez, un especialista en torcerle el brazo al destino, alcanzó todos y cada uno de esos objetivos. Y hoy, a los 36 años, se ilusiona con cumplir un último sueño: defender los colores de Boca Juniors.
 
 
La rotura de ligamentos del “Toto” Salvio y la habilitación especial a Boca para sumar un refuerzo en su lugar despertó una nueva esperanza en el tucumano, que sobre el final de su carrera sigue dando muestras de su talento en Colón de Santa Fe. Aunque sabe que no es el primer nombre en la lista de candidatos del Consejo de Fútbol “xeneize”, “el Pulga” no pierde las esperanzas: después de todo, está más que acostumbrado a tener que luchar por lo que quiere.
 
Cada vez que juega con sus hijos, Bautista y Milo, “el Pulga” agradece que ninguno de los dos enanos de la casa salió futbolero. Cuando le preguntan el por qué de su sentir, explica que el camino del futbolista es muy difícil, y que no quiere esa vida para sus hijos. Habla desde la experiencia: oriundo de Simoca, un pueblo ubicado a 50 kilómetros de la capital de Tucumán, el fútbol entró en su vida como una pasión, una necesidad y una vía de escape para una infancia que fue muy complicada.
 
 
Los pocos pesos que juntaba su papá trabajando como albañil tenían que alcanzar para alimentarlo a él y sus 8 hermanos, por lo que no había espacio para lujos. Desde que era un chico, “el Pulga” fue ayudante de su papá “Pocholo” para hacerle el trabajo un poco más liviano y dar una mano en la economía del hogar. Como la realidad de su casa no era la mejor, Luis pasó sus tardes más felices pateando una pelota con los amigos del barrio. Y ya desde aquellos años, jugando descalzo en calles de tierra, se notaba que tenía un talento especial.
 
A pesar de las necesidades que enfrentaba, la familia Rodríguez supo desde temprano que “el Pulguita” era cosa seria. Luis aún recuerda como algo extraordinario el día en que su papá gastó 30 pesos para regalarle unos botines, una cantidad de dinero impensada para la economía familiar. Y por eso vivió con tanta emoción aquellos viajes a Europa cuando apenas era un adolescente y distintos representantes, jugando con su ilusión, le prometían un paraíso de dinero y éxito asegurados.
 
 
Estuvo a prueba en Inter y Real Madrid, donde quedaron asombrados con su nivel y tenían intenciones de ficharlo, pero su agente quería un mejor trato en lo económico y lo convenció de que sería mucho mejor para él jugar en Rumania. Lo llevó hasta aquel país, alejándolo del mejor fútbol del planeta, y cuando el negocio se cayó, lo dejó abandonado en una estación de tren, sin plata, teléfono ni saber el idioma. Una vez que logró regresar a Tucumán, dolido por la experiencia, decidió que ya no quería ser profesional.
 
Pasaba sus días en largas jornadas como albañil o pintor, y su espíritu sufría por la ausencia de la pelota. Fueron sus afectos quienes lo acompañaron en esos momentos difíciles y lo animaron a volver a intentar. Jugó en liga tucumana, tuvo una experiencia agridulce en Racing de Córdoba y otra vez, cansado de la falta de oportunidades, estuvo a punto de tirar la toalla. Pero cuando todo parecía terminado, su vida cambió para siempre.
 
Tenía más de 20 años cuando llegó a Atlético Tucumán, y vivió junto a los hinchas un amor a primera gambeta. Con la camiseta celeste y blanca, “el Pulga” volvió a sentir alegría dentro de una cancha de fútbol. La gente, por su parte, encontró un diamante en bruto oculto en el ascenso, y los animó a soñar con mucho más. Tanto fútbol mostró desde el interior del país que cumplió uno de esos anhelos que creía inalcanzables: jugar en la Selección Argentina, y de la mano de Diego Maradona.
 
Aunque tuvo un paso breve por Newell's, Luis Miguel Rodríguez fue un símbolo del “Decano” durante más de una década, en la que enamoró con su fútbol a propios y extraños. Con la “7” en la espalda y la cinta de capitán en el brazo, Atlético volvió a primera, se hizo casi invencible en Tucumán y tuvo su debut en Copa Libertadores. Así y todo, Rodríguez nunca se fue de Simoca, su pueblo natal: allí, con sus amigos de toda la vida, podía dejar de ser “el Pulga” por un rato, para volver a ser un vecino más.
 
Cuando parecía que su romance con Atlético Tucumán iba a ser eterno, sorprendió a más de uno en el 2019 cuando confirmó su traspaso a Colón de Santa Fe. Entre los motivos de su salida se dijo que buscaba despegarse del “Decano” para poder candidatearse como legislador, algo que finalmente no sucedió. Si le preguntan a él, dice que su única razón era futbolística: consagrado en Atlético, quería demostrar que podía destacarse en cualquier equipo del país, y vaya si lo logró.
 
En 2019, ya instalado en Santa Fe, sufrió la muerte de su papá, “Pocholo”, uno de los golpes más duros de su vida. Y aunque solo pensaba en ir a Tucumán para fundirse con los suyos en un abrazo interminable, el ritmo de la temporada no le permitió hacer el duelo que quería. Por eso, cuando convirtió el penal en semifinales de Sudamericana ante Atlético Mineiro, lo celebró señalando al cielo. Y cuando Burián atajó el disparo que los clasificó a la final, ya no pudo contener las lágrimas. La gloria se escapó por poco en la recordada final contra Independiente del Valle, pero “el Pulga” ya se había ganado el cariño eterno del pueblo “Sabalero”.
 
Con 36 años y dando pruebas de su vigencia cada fin de semana con la camiseta de Colón, el tucumano no dudó ni un segundo en autopostularse como jugador de Boca cuando surgió la oportunidad. Su edad es un factor determinante para muchos que no lo quieren en el club de La Ribera, pero también es cierto que más de un “xeneize” lo espera con los brazos abiertos, deseoso de gritar sus goles con la azul y oro.
 
Aunque su llegada sea difícil, “el Pulga” no pierde la esperanza: después de todo, Luis Miguel Rodríguez demostró en más de una oportunidad, a puro talento, que para él no existen los sueños imposibles.

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